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Niños en México luchan contra creciente obesidad

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Daniela tenía 11 años cuando un médico le dijo que no viviría más de seis o siete años. Con un peso de 75 kilos, aproximadamente el doble de lo recomendado para su edad, la niña mexicana acababa de sufrir un preinfarto.

Eso fue hace dos años. Todavía recuerda el dolor en su pecho. También le diagnosticaron diabetes. Daniela conoce bien la enfermedad: vio morir a ocho familiares a causa de complicaciones por ese padecimiento.

«El doctor me dijo que iba a morir, que no iba a cumplir 18 años», dijo en su casa de Texcoco, en las afueras de la capital mexicana. Ahora, Daniela tiene 14 años y pesa 81 kilos.

Reuters no pudo comunicarse con el médico, que trató a Daniela en otro hospital anteriormente, pero una asistente social del nosocomio actual confirmó su relato.

«Pero no bajé peso, subí», dijo.

Reuters recreó una tabla que muestra lo que ella comería en una jornada habitual y un nutricionista de su clínica calculó que ingería alrededor de 6,600 calorías.

Daniela es una de las 150 niñas y niños tratados por médicos, nutricionistas y psicólogos en el Hospital Infantil de México Federico Gómez en la capital del país durante los últimos 12 años.

La niña y otros siete menores aceptaron hablar con Reuters en presencia de sus madres y una asistente social del hospital sobre sus batallas para controlar los problemas de salud y perder peso.

Reuters también conversó con cuatro adultos sobre sus esfuerzos a largo plazo con la obesidad desde la infancia, uno de los cuales murió luego por complicaciones de la diabetes, y pactó no publicar sus apellidos ni fotografías porque casi todos son menores de edad y algunos, incluyendo a Daniela, son considerados vulnerables por la clínica.

A pesar de los esfuerzos por limitar las ventas de comida chatarra a niños y gravar el consumo de bebidas azucaradas, el problema de la diabetes en México está empeorando.

En dos años, la proporción de la población que padece la enfermedad aumentó un punto porcentual total hasta un 10.3%, una de las tasas más altas del mundo, porque más de una década de malos hábitos alimenticios comenzaron a reflejarse en las estadísticas gubernamentales.

«Es una bomba de relojería para la diabetes», dijo Barry Popkin, profesor de la Escuela de Salud Pública Global Gillings de la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos, que ha estudiado la obesidad y otras enfermedades relacionadas con la nutrición y, más recientemente, su vínculo con el COVID-19.

Durante la pandemia, el tema ha cobrado urgencia.

Popkin dijo que era evidente que los padecimientos relacionados con la nutrición (obesidad, diabetes, hipertensión y otras) avivaron las tasas de mortalidad por la enfermedad del coronavirus en México, que se encuentran entre las más altas del planeta.

Los datos de mortalidad de México muestran que, de las más de 230,000 personas que murieron de COVID-19 al 15 de junio, alrededor del 45% tenía hipertensión, el 37% tenía diabetes y el 22% era obeso.

MÚLTIPLES TENTACIONES

La tentación de altas calorías está en todas partes, incluso en la tienda de la madre de Daniela, que ofrece golosinas que se venden por todos lados incluyendo los vecindarios menos favorecidos: refrescos, papas fritas y pastelillos empaquetados.

Daniela, quien también tiene un problema renal, asegura que sigue sus planes de ejercicio y nutrición tanto como le es posible, y le gusta el sabor de algunas frutas y verduras.

Pero su diabetes es difícil de controlar y cuando su nivel de azúcar en sangre cae en picado, necesita dulces para regularla. «Me da mucha ansiedad y necesito algo dulce».

La madre de Daniela, Angélica, dijo que temía todos los días por la vida de su única hija. Ambas han recibido tratamiento psicológico.

«Es muy difícil porque no está mejorando, está peor», se lamentó Angélica.

Más del 80% de los mexicanos consumen refrescos a diario, según una encuesta de nutrición del gobierno mexicano de 2018. Más de la mitad de los adolescentes comen botanas, dulces o postres envasados ​​todos los días.

Betzabé Salgado, nutricionista del hospital infantil, dijo que los ingredientes de los alimentos procesados ​​eran «de una manera adictivos» porque son más sabrosos, además de baratos y están ampliamente disponibles.

Estudios científicos, incluido uno de la Universidad de Michigan, han demostrado que los alimentos procesados, muchos de los cuales son ricos en calorías, pueden tener un potencial adictivo.

Más de la mitad de la población adulta de México trabaja de manera informal. Los padres a menudo ganan menos del salario mínimo diario de 144 pesos (unos siete dólares) y viajan muchas horas, aseveró Salgado, sin dejarles tiempo ni dinero para comprar y preparar comidas nutritivas.

«Los hábitos de comer son malos», sostuvo Salgado.

MEDIDAS DRÁSTICAS

Pricila se sometió a una cirugía de manga gástrica, durante la cual se extrae una parte del estómago, para adelgazar a los 16 años. Se dio cuenta que necesitaba perder peso cuando tenía 15 años y pesaba 113 kilos, igual que su padre.

En un día normal, ella consumiría más de 5,200 calorías. Pricila, quien tiene una enfermedad metabólica, asegura que incluso con ejercicio y un plan de nutrición su pérdida de peso se había estancado, convirtiéndola en candidata para el proceso quirúrgico.

«Cuando intenté perder peso, había tentaciones por todos lados», se lamentó, ahora de 18 años y con 83 kilos «Fue muy difícil porque estaba acostumbrada a comer comida chatarra, dulces, todo el tiempo».

El Senado de México prohibió en febrero la venta de alimentos con bajo valor nutricional y alto contenido calórico dentro y fuera de las escuelas. Los alimentos también deben ser etiquetados si tienen un alto contenido de sal, azúcar o grasa.

Pero Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Suiza, hogar de algunas de las empresas de alimentos más grandes del mundo, presionaron públicamente a México para que retrasara la iniciativa, citando la pandemia de COVID-19 «que ha ejercido una presión significativa sobre la industria de alimentos y bebidas».

Con un peso de 137 kilos a los 16 años, más del doble del recomendado, Carlos dio positivo a COVID-19 en enero y pasó un mes en el hospital, gran parte de ese tiempo en cuidados intensivos pediátricos.

Un tanque de oxígeno prestado se encuentra en el medio de la sala de su casa, mientras un horario pegado al refrigerador marca las citas con el nutricionista, el médico y las pruebas de COVID-19.

Carlos, ahora de 17 años y en el mismo programa que Daniela y Pricila, asegura que comenzó a comer en exceso cuando se intensificó la presión en la escuela. Los intentos de cambiar sus hábitos alimenticios fracasaron repetidamente: por lo general, comería unas 5,850 calorías.

«Me desperté y me di cuenta que si no hago ningún cambio, siempre va a ser así: nunca voy a madurar, siempre voy a tener ese cuerpo», dijo Carlos. «A veces mi cuerpo quiere algo dulce, pero yo digo no».

(C) REUTERS / Texto de Stefanie Eschenbacher; imágenes de Carlos Jasso; editado por Frank Jack Daniel, Daniel Flynn y Diane Craft; traducido por Raúl Cortés y Noé Torres