“He de estar alucinando, parece que las paredes del iglú se estrechan”. Esto pensó un explorador que viajó hasta la Antártida para realizar una investigación, y ante la amenaza de una fuerte tormenta se refugió en un iglú donde permaneció unos días.
Sin embargo, el pensamiento de que las paredes se acercaban lo invadía cada vez con mayor frecuencia hasta que se dio cuenta de que no alucinaba, en efecto, las paredes del iglú se aproximaban cada vez más a él, pues, como descubrió, la humedad de su propia respiración se adhería al hielo y lo engrosaba. La ironía lo hizo reír: “Si no salgo pronto de aquí, lo que es mi refugio se convertirá en mi tumba.”
Los seres humanos solemos refugiarnos en “algo” que al principio nos da seguridad, pero que termina por enterrar nuestra naturaleza. Esto sucede cuando perdemos el contacto con nuestra propia esencia lo que realmente soy y no lo que creo que debería ser. Cuando enfrentamos esto, tenemos como resultado la no aceptación acompañado de un amor condicionado.
A lo anterior, hay que sumarle el sentimiento más común, el miedo, que viene de tantas formas, miedo a no ser suficientemente ‘bueno’, miedo a perder el amor de los demás, miedo a equivocarnos, miedo a perdernos, miedo a sentirnos solos, miedo… miedo, un freno que tenemos todos. Tenemos entonces, o buscamos un refugio, ya sea en apariencia, máscaras, justificaciones, adicciones, compulsiones, acciones que terminan siendo nuestra cárcel.
Es fundamental dar voz a tu esencia, al tú que quieres ser, antes que ese refugio sea tu cárcel o tu tumba. El autoconocimiento, la autoreflexión y la inteligencia emocional son relevantes para continuar, somos humanos después de todo.
Fragmento extraído de “Conéctate contigo mismo”